BORGES – FRANCIA
IV Coloquio Internacional de Literatura Comparada
Buenos Aires, Universidad Católica Argentina,
2, 3 y 4 de Septiembre de 2009
Problemática
Mencionar la antipatía de Borges hacia la cultura francesa es un lugar común; sin embargo la abundancia de referencias en su obra sugiere una posición a un tiempo ambigua y productiva. Borges define a Rimbaud como un artista en busca de experiencias que no logró; a Breton, como el artífice de manifiestos caudalosos y de prosa rimada; a Baudelaire, poeta de “almohadones y muebles”, como “la piedra de toque para saber si una persona es un imbécil”. Finge también desconocer a los teóricos. Le preguntan sobre Saussure y contesta: “El nombre me suena, aunque menos que Chaussure y Saucisse”. A Sartre, que se le acerca para decirle que lo leía y que lo había publicado en Les temps modernes, le replica que lamenta no conocer su obra. Algo parecido sucede con Derrida. Ironiza también sobre la literatura francesa en su conjunto, que describe como una “red de escuelas, manifiestos, generaciones, vanguardias, retaguardias, izquierdas o derechas, cenáculos y referencias al tortuoso destino del capitán Dreyfus”, por lo que el historiador de la literatura “tiene que definir escritores que han pasado la vida definiéndose” pues “no hay literatura más self-conscious que la de Francia”. Vanidad, premeditación, dependencia de la tradición crítica, son los reparos más frecuentes hacia las letras francesas. Pero entonces ¿es posible un congreso sobre Borges y Francia que no se reduzca a la historia de un fastidio?
Primera pista: el arte de la injuria de Borges recuerda el de un francés, Léon Bloy, que llamaba a Zola “el cretino de los Pirineos”, a Huysmans y a Bourget “eunucos” y a Edmond de Goncourt “el ídolo de las moscas”. Segunda pista: Borges no solo se burla de las “supersticiones” de Francia; también de las alemanas, de las inglesas, de las argentinas, de las españolas. Tercera pista: nadie discute que a la frase “no hay literatura más self-conscious que la de Francia”, hay que agregar “salvo la del propio Borges”. Pese a su declarada vinculación con Inglaterra, la figura de escritor que Borges representa se acerca al homme de lettres francés, tal como lo encarnaron Flaubert o Valéry, tal como lo representó el satírico Pierre Menard.
No es casual, en este sentido, el papel determinante que juega Francia en la difusión de la literatura de Borges, que es como el reconocimiento de un pariente. A Borges le gustaba manifestar una actitud de sorpresa, tal vez calculada, ante la recepción de los franceses: el vínculo sería casual, un lazo no buscado que otros promovían. Ricardo Güiraldes y Valéry Larbaud son sus intermediarios; Néstor Ibarra y Paul Verdevoye lo traducen tempranamente; Roger Caillois lo “inventa” al publicarlo en la colección “La Croix du Sud” de Gallimard; la crítica amiga lo instala con el Cahier de l’Herne (1964) y lo consagra con la inclusión (en vida) en la colección de la Bibliothèque de La Pléiade en 1986. Pero este proceso de recepción es sin duda más amplio e insistente que la conspiración chica que Borges evocaba. Entre l’Herne y la edición del segundo tomo de las Œuvres Complètes (1998), pasando por las traducciones parciales, las entrevistas, las reflexiones de Foucault, Derrida, Genette, Molloy, Lafon o Blanchot, la cultura letrada en Francia entabló con Borges diálogos ricos y complejos que este congreso se propone investigar.
Ahora bien, ¿qué diálogos entabló Borges con Francia? Un repaso de su formación y de su obra ofrece algunos indicios. Si la infancia de Borges transcurre en una biblioteca con ilimitados libros ingleses, la adolescencia es el aprendizaje de Europa a través de la Suiza francófona. El Collège Calvin, el epistolario con Abramowicz, la memorización de Les Fleurs du Mal o de “Le bateau ivre”, la escritura de poemas à la Verlaine, su primera reseña (sobre libros españoles pero en francés), las lecturas de Romain Rolland y Henri Barbusse, conforman el retrato del artista adolescente y la particular mitología de un Borges francófono. Este capital simbólico había de resultar valioso en un país latinoamericano como la Argentina, cuya clase letrada recurrió históricamente a Francia para emanciparse de España. Desde una perspectiva literaria, el romanticismo, el modernismo – esas dos “revoluciones” estéticas del siglo diecinueve – son impensables sin Francia; algo similar cabe decir de nuestro realismo finisecular. La presencia francesa en la cultura argentina se ha convertido en un topos que la crítica ilustra con anécdotas (Je t’écris en français parce que je suis pressée, habría escrito Victoria Ocampo en un momento de abandono) o con simples estadísticas de autores publicados, reseñados, traducidos, imitados o invitados ; una lista de los autores que el mismo Borges reseña o simplemente consigna en la página de “Libros y autores extranjeros” en El Hogar a partir de 1936 sirve, de hecho, como otra muestra del fenómeno.
Que Borges se identificara públicamente con el linaje familiar inglés, que adoptara a Inglaterra como amigo preferido en la división internacional de tutelajes, no está desvinculado de la hegemonía cultural francesa en la Argentina. Es una identificación cargada de estrategia, diferenciadora, intencional: su caricatura de Francia no debe poco a cierta retórica nacional de Inglaterra, recelosa de teorías, dogmas y derechos universales. Pero en privado, como hace poco reveló el póstumo Borges de Bioy Casares, las opiniones se atemperan, se relajan (“En Proust siempre hay sol, hay luz, hay matices, hay sentido estético, hay alegría de vivir”) y dejan ver un conocimiento extensivo de la cultura francesa y un diálogo permanente con su tradición. Fue el comparatista belga Paul De Man quien sugirió leer los textos de Borges en la tradición del Candide de Voltaire. Y efectivamente, la ficción filosófica, el conceptismo irónico que deriva en comicidad, esa fascinación por el heroico saber enciclopédico y sus farsas, a las que Flaubert consagró su última novela, ligan a Borges con el Siglo de las Luces. Con Francia Borges también dialoga a propósito del estilo; y aquí, a Voltaire y a Flaubert se suma el expatriado Paul Groussac, quien “juzgaba que el francés, a lo largo de las generaciones, ha sido más trabajado que el castellano y que debía ser su modelo, así como lo fue el latín, en el siglo XVII, para Quevedo y Saavedra Fajardo.” Por intermedio de Groussac, Borges habría aprendido a reconocer y cultivar “la economía verbal y la probidad que son características del francés”. Más allá de los rastros evidentes y de las influencias posibles, apenas se ha explorado qué marcas de Francia, qué usos de sus textos, hay en Borges.
Borges en Francia y Francia en Borges: estos dos campos de interrogación ya son complejos, aunque no agotan los temas que supone estudiar el vínculo. En efecto, se lo puede inscribir en un plano de consideraciones más amplias, propias de una historia comparativa de las letras: la historia de la escritura y la retórica, las tradiciones críticas, las poéticas (romanticismo, realismo, simbolismo, vanguardias), las disputas ideológico-políticas (nacionalismo, pacifismo, fascismo), la relación con los contextos (guerras mundiales, políticas de difusión cultural). Aunque estos ejes involucren a otros actores, también son consustanciales al territorio Borges-Francia, que este congreso propone explorar.
BORGES – FRANCE
IV Colloque International de Littérature Comparée
Buenos Aires, Universidad Católica Argentina
2, 3 et 4 septembre 2009
Argumentaire
Borges voit en Rimbaud un artiste en quête d’expériences qu’il ne put réaliser ; il définit Breton comme le maître d’œuvre de manifestes turbulents, écrits en prose rimée ; il fait de Baudelaire, poète des « coussins et des meubles », « la pierre de touche pour savoir si quelqu’un est un imbécile ». Il prétend aussi méconnaître les théoriciens. Interrogé sur Saussure, il répond: « Le nom m’est familier, mais moins que Chaussure et que Saucisse. » Sartre, qui l’avait publié dans Les Temps Modernes, l’aborde pour lui dire toute son admiration: Borges regrette de ne pas connaître son œuvre. Il ironise aussi sur la littérature française en général, qu’il décrit comme un réseau « d’écoles, de manifestes, de générations, d’avant-gardes, d’arrière-gardes, de gauches ou de droites, de cénacles et de références à la tortueuse destinée du capitaine Dreyfus ». L’historien de la littérature doit en conséquence « définir des écrivains qui ont passé leur vie à se définir » car « il n’existe de littérature plus self-conscious que la française ». Vanité, préméditation, dépendance de la critique sont les griefs les plus communs de Borges à l’égard des lettres françaises. Mais alors, comment proposer un colloque Borges - France qui ne se réduise pas à l’histoire d’un agacement ?
À y regarder de plus près, des rapprochements sont pourtant possibles. L’art de l’injure borgésien rappelle singulièrement la vindicte d’un français, Léon Bloy, qui surnommait Paul Bourget l’« eunuque », éleva Edmond de Goncourt au rang d’« idole des mouches » et définit Émile Zola comme le «crétin des Pyrénées ». Borges ne se moque d’ailleurs pas uniquement des « superstitions » françaises, mais encore des superstitions allemandes, argentines ou espagnoles. On notera aussi que malgré les affinités si souvent déclarées avec l’Angleterre, la figure d’écrivain qu’il incarne est plus proche de Flaubert, de Valéry ou du satyrique Pierre Ménard, que de Joseph Conrad. On conviendra enfin qu’à la phrase « il n’existe de littérature plus self-conscious que la française », on pourrait parfaitement ajouter « sauf celle de Borges ».
On sait le rôle déterminant qu’a joué la France dans la diffusion internationale de son œuvre. Le principal intéressé aimait pourtant à montrer une attitude de surprise face à cette réception. Il s’agissait là d’un lien accidentel que les amis auraient établi, d’une coïncidence presque: Ricardo Güiraldes et Valéry Larbaud ont fait circuler ses textes; Néstor Ibarra et Paul Verdevoye l’ont traduit dès les années quarante; Roger Caillois l’« invente » en le publiant dans la collection « la Croix du Sud » de Gallimard; la critique l’installe grâce au Cahier de l’Herne (1964) et le consacre définitivement avec son entrée de son vivant dans la collection de la « Bibliothèque de La Pléiade » en 1986. Mais la réception de Borges en France ne se limite pas – comme lui-même, mi-sérieux, mi-amusé, semblait l’insinuer – à une petite conspiration ourdie par des amis. Entre l’Herne et l’édition du second tome des Œuvres Complètes (1998) se succèdent les publications, les traductions partielles, les réflexions de M. Foucault, de J. Derrida, de G. Genette, de S. Molloy, de M. Lafon ou de M. Blanchot: le texte borgésien fait preuve en France d’une étonnante productivité critique dont ce colloque souhaiterait proposer une analyse.
Dans un mouvement inverse, il y a lieu de s’interroger sur les dialogues que Borges a pu établir avec la tradition française. Si l’enfance de Borges est marquée par une bibliothèque de livres en anglais, son adolescence en Europe est décidément francophone. Le Collège Calvin, Les Fleurs du Mal et « Le bateau ivre » qu’il aurait appris par cœur, la correspondance avec Maurice Abramowitz, la lecture de Romain Roland et d’Henri Barbusse, l’écriture de poèmes à la Verlaine, son premier compte rendu publié en français, dressent un portrait de l’artiste adolescent et construisent la singulière mythologie d’un Borges francophone.
Ce capital symbolique devait lui être précieux dans un pays latino-américain comme l’Argentine, où la classe lettrée avait cherché en France, dans le discours et la pensée françaises, les moyens de s’affranchir de l’Espagne au dix-neuvième siècle. Du seul point de vue littéraire, comme il a souvent été signalé, le romanticisme, le modernisme, le réalisme en Argentine sont difficilement concevables sans la France. L’ampleur de la présence française dans la culture argentine est d’ailleurs devenue un lieu commun de la critique qu’on illustre par des anecdotes (« Je t´écris en français parce que je suis pressée », aurait confié, dans un moment d’abandon, Victoria Ocampo à un interlocuteur hispanophone), ou encore par de simples statistiques relevant le nombre d’auteurs publiés, traduits, recensés, imités ou invités en Argentine. Il suffit d’établir une liste des auteurs passés en revue à partir de 1936 par Borges dans la rubrique « Libros y autores extranjeros » du magazine El Hogar pour se faire une idée du phénomène.
La célébration constante du lignage familial anglais par Borges, l’élection et l’éloge de l’Angleterre dans le concert international des nations, doivent justement être relues à partir de cette hégémonie culturelle française en Argentine. Il s’agit là d’une filiation stratégique, volontairement choisie: la caricature borgésienne de la France s’inspire sous bien des aspects d’une rhétorique toute britannique raillant théories, dogmes et droits universels réputés éminemment français. Cependant, en privé, comme l’a récemment révélé le Borges de Bioy Casares, les opinions s’adoucissent (« Il y a du soleil chez Proust, de la lumière, des nuances, il y a un sens esthétique, il y a une joie de vivre ») et le lecteur devine chez l’argentin une connaissance étendue de la culture française et un dialogue permanent avec sa tradition. Dans cette optique, le comparatiste belge Paul De Man a proposé d’inscrire les fictions borgésiennes dans la tradition du Candide de Voltaire: il est vrai que la fascination pour le savoir encyclopédique et ses farces, la fiction philosophique et le conceptisme ironique qui provoque le rire, apparentent Borges à l’esprit des Lumières. Voltaire, Flaubert ou l’expatrié Paul Groussac lui ont en outre permis de débattre la question du style et, de manière générale, sa pratique d’écriture, tout comme les problèmes théoriques qui l’occupent (qu’il s’agisse de traduction, de techniques narratives ou de vraisemblance) convoquent des écrivains français – Montaigne, Voltaire, Pascal, Schwob, Valéry – qui excèdent de loin le statut de simple « affinité élective » que leur a souvent attribué la critique (et Borges lui-même).
Au delà des traces évidentes, des filiations implicites et des influences voilées, le rapport Borges–France s’inscrit dans une perspective comparatiste qui amène à une relecture du rapport entre la fiction et ses contextes d’écriture et de réception. Borges au prisme de la France, la France au prisme de Borges: le champ de recherche est complexe et reste partiellement exploré; le propos de ce colloque est d’en ébaucher les contours.
Axes de réflexion proposés
1. Présence de la littérature française dans le texte borgésien et de Borges dans les littératures française et francophone
2. Productivité du texte borgésien pour la critique littéraire. Réception critique de Borges en France et dans le monde francophone
3. Biographie. Relations épistolaires. Amitiés littéraires
4. Figures d’auteur selon Borges; figure de Borges selon d’autres auteurs
5. Hégémonie française dans la culture argentine
6. Appartenances nationales et culturelles : l’Espagne et l’aventure ultraïste. Le modèle anglo-saxon
7. Traductions, éditions, relectures
8. Contextes historiques et politiques (lectures borgésiennes du contexte ; lectures du texte borgésien à partir d’un contexte)
9. Discussions esthétiques: poétiques, genres, vraisemblance
10. Système littéraire, institutions, médias
Information générale
Le Colloque aura lieu dans le campus universitaire de Puerto Madero, Universidad Católica Argentina, Edificio San Alberto Magno, Av. Alicia Moreau de Justo 1500 (www.uca.edu.ar).
Les langues de communication et de publication sont le français et l’espagnol.
La publication des Actes du Colloque en papier (sélection) et une publication électronique en ligne sont prévues.